Hace mucho tiempo, en la cima de los Voirons había un templo romano dedicado a Venus, la diosa del amor. Unos siglos más tarde, en la era del cristianismo, un obispo de Ginebra no veía con buenos ojos que los campesinos de esta parte de la región siguieran adorando a la diosa pagana. El templo impío fue destruido, lo que enfureció a Satanás y le llevó a hacer la vida imposible a los cristianos de la zona: se transformó en un enorme jabalí que sembraba el pánico en la montaña.
Amédée de Langrin, experimentado caballero y señor de Brens, decidió poner fin a los estragos de este jabalí diabólico. Subió solo a la montaña e hizo salir al animal de su escondite, ¡pero el jabalí destripó a su caballo! Amédée de Langrin consiguió salvarse al huir despavorido. Para su segundo intento se preparó mejor y fue acompañado de un grupo de avezados cazadores. Pero una vez más, la expedición fue un desastre, pues el feroz animal sembró el terror entre las filas de los nimrods e incluso hirió al señor de Langrin. Gravemente herido, el caballero juró que, si sobrevivía, ordenaría construir una capilla en aquel lugar como agradecimiento a la Virgen.
Amédée de Langrin se curó. Así pues, cumplió su promesa y en 1451 mandó construir en la montaña la capilla de Notre-Dame-des-Voirons. No obstante, el jabalí seguía merodeando por la montaña. Tuvo un final moralizador. Una noche la puerta de la capilla se quedó abierta y el animal entró en ella. Los gruñidos despertaron al sacristán, que se apresuró a cerrar la puerta. Acorralado, el enorme jabalí fue abatido por los cazadores, armados con picas.